Radio Arcoiris

Acto Primero y Único

Texto  Publicado por Begoña Zabala Aguirre en diciembre 12, 2016

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Esta mañana igual que todos los días me he levantado a las seis y he bajado a la terraza con la intención de pasar un momento entre los árboles del jardín, las plantas y las flores y luego ir a mi escritorio y leer antes de escribir. A veces  lo hago al revés pero hoy no.

Hoy,  aquí comienzan las intimidades, he sacado un frasquito de cera y lo he puesto a calentar  para depilarme el upper-lip, (coloquialmente llamado bigotillo).  Normalmente  lo hace Sandra, en Pointe Claire, y con hilos, es una artista en tales menesteres.

Pero a veces saco la cera de toda la vida y me hago un “selfie”.

Esta  mañana el subconsciente pedía escenario a gritos, tablas, espectáculo, parece ser.

Ha sucedido en la cocina mientras leía absorta a John Le Carré y la cera se iba derritiendo poquito a poco, suavemente.
Pero qué va. De suavemente nada. Se ha desbordado. Se ha incendiado, y todas las alarmas han empezado a silbar  a las seis y veinte en una calle más silenciosa que la Trapa.

Parecía un lamento  de guerra anunciando el bombardeo inminente,  cuando estaba terminando de leer el capítulo tercero de Un espía perfecto.

Así que he salido rebotada y me he encontrado envuelta en una nube espesa,  como el smog en Santiago de Chile.

No sirve de mucho decir,  Oh my God! Oh my God !  

Mejor abstenerse, no hiperventilar de no ser absolutamente necesario.

La cera estaba convertida en una cosa viscosa, parecida al caramelo para un flan,  esparcida por la chapa.

He tratado de apagar la alarma; imposible. Demasiados botoncitos pestañeaban  a la vez.

Acto seguido la llamada dramática de la central ADT,  para avisar que los bomberos venían en camino a verificar los códigos del sistema. También la policía, por si acaso.

Y los hijos llamando a punto de infarto.

Nelson durmiendo como un dios, ignorante total de lo que estaba pasando.

La próxima vez que diga que tiene un sueño ligero le saltaré a la yugular, así,  sin más.

Respetable público. He tenido que cubrir solita cinco frentes,  porque cinco niveles tiene  esta santa casa-monasterio. He tenido que subir y bajar, ochenta veces, correr a abrir puertas y ventanas para dejar salir el humo, y al mismo tiempo tratar de desconectar  tres alarmas en diferentes puntos estratégicos que sonaban a intervalos de cinco segundos y me han hecho jurara en arameo.

El vecindario fuera.

Y yo sin lavarme los dientes.

Así que cuando además han aparecido catorce  bomberos elegantísimos, con hachas, mangueras  de agua y dispuestos a derrumbar muros y murallas,  he salido  yo, cual Gloria Swanson, a recibirlos en  las escaleras de la entrada con la mejor de mis sonrisas  diciendo que no era nada en realidad y que lo único que deseaba era que quitaran por favor las alarmas.

Que pedía mil disculpas por haberles hecho venir para nada.

Madame,  on est lá pour ça , je vous prie!  

Ni Cyrano hubiese sido tan galante.

Han pedido permiso para entrar a verificar toda la casa.

Me decían que algunos incendian a propósito las propiedades para cobrar suculentos seguros y por eso aunque no haya fuego, ni humo donde van, verifican hasta el último rincón, descartando otras posibilidades .

Total, que hemos pasado hora y media juntos los bomberos y yo.

Estaban de pasarela. Trajes a la última. Un camión tan bonito que parecía de juguete.

Limpios como el coral. Estupendos.

Nelson seguía en brazos de Morfeo,  o de Charlize Theron,  probablemente.

Monsieur votre mari, est  ici Madame? me han preguntado divertidos cuando se marchaban.


Si, pero no; les he respondido. 

Se han ido. Nos hemos dicho adiós con la mano.

Igual que en las películas.

Y les agradezco tanto su eficiencia sus finos modales.

Cuando al fin ha bajado mi señor esposo a desayunar, hecho un bellezón,  he corrido al espejo a mirarme. Y bien, todo bien. A pesar de que estaba sin peinar, sin lavar y casi sin vestir, me he encontrado garbosa con los ojos pintados  desde anoche.

Lo digo por los bomberos.

Pintarme es la penúltima ceremonia siempre antes de ir a la cama.

Nunca se sabe si una puede amanecer en el escenario improvisando un primer y único acto.

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