Anoche me dediqué a quemar el propio lastre. Poemas, pensamientos, recortes de periódicos, palabras olvidadas y caducas a lo largo del tiempo. He quemado todo aquello que se había convertido en estorbo sin darme cuenta. Que impedía respirar hasta el fondo.
Algunas cartas han sobrevivido al fuego de la chimenea.
Un vez hice akelarre con el vestido de novia y un larguísimo velo de tul virginal que envuelto en llamas danzaba por encima de los rosales y del roble de casa. Fue en Errandosolo proa vasca de roca viva.
Esperé para que mi madre desde la terraza viera la fogata al atardecer, le debía esa ceremonia. Después eché al agua una alianza de oro.
Con la marea alta floté desnuda mecida por las olas en el mismo sitio de los sueños recurrentes, cuna de algas y de peñas milenarias.
Ayer evocando aquel fuego y la liviandad de mi cuerpo en el agua, aligeré la carga.
Así, soltando lastre poco a poco, cuando llegue el momento sagrado e inevitable de entregar mis cenizas a la mar o a la tierra, será con lo puesto.
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