Como era la hora del taco y tenía que estar en la reunión a las siete de la tarde, el Pasajero pensó que si se iba en el Metro demoraría 30 minutos en cruzar de uno a otro extremo de Santiago. Pero con 30 grados de temperatura no sería un viaje grato, de modo que optó por una idea brillante: Viajar en Uber…
El Pasajero buscó la aplicación en su celular. Cuando la encontró escribió la dirección de destino, el lugar donde se hallaba en ese momento y pidió un auto. A los pocos segundos apareció la foto de don Juan Uber, que le anunció que lo recogería en 3 minutos…
“Genial”, pensó el Pasajero y se felicitó a sí mismo por su inteligencia.
Exactamente a los tres minutos sonó su celular: “¿Señor Pasajero?” “Sí, con él habla”. “Soy Juan Uber y estoy en la puerta de su casa”. Don Pasajero volvió a felicitarse porque eran las seis y cuarto de la tarde y llegaría súper adelantado a su reunión.
El auto era un moderno Chevrolet, color plata, con aire acondicionado. Nada que ver con el Metro… y menos a esa hora del día… Estrechó la mano de don Juan Uber, un caballero canoso con aspecto de abuelo, que lo recibió como si fueran viejos amigos. Se instaló en el asiento del copiloto, para que los taxistas no detectaran que estaba jugando por el equipo de la competencia… Y ¡partieron…!
– ¿Está bien el aire, señor?
– Está perfecto –respondió el Pasajero, satisfecho y relajado. Se sentía cómodo en uno de los 70.000 vehículos que trabajan en Chile para esta empresa internacional creada hace 10 años por el californiano Garrett Camp y el canadiense Travis Kalanick. La idea se les ocurrió cuando asistieron a un congreso de informática en París y no encontraban taxi, en medio del frío, la lluvia y la nieve. Hoy la compañía tiene un valor que supera los 50.000 millones de dólares. Es cierto en Santiago los choferes de Uber son atacados por celosos taxistas. Lo mismo ha ocurrido en Argentina, Brasil, España y otros países.
– Don Pasajero, ¿a usted le gusta la música?-. Era el caballero conductor que interrumpía sus reflexiones.
– Si, por supuesto.
– A mí me gusta que mis pasajeros viajen contentos. ¿Qué música quisiera oír?
– Fausto Papetti, Borelli, Keny-G…
– Papetti, claro, de los años 60… de la época nuestra… Mire aquí tengo un iPad y podemos buscar la orquesta de Papetti.
Don Pasajero empezó a inquietarse cuando su cortés interlocutor detuvo el auto en una esquina, a pesar de que en el semáforo era inconfundible la luz verde. Sacó con toda calma una tablet de la guantera y comenzó a instalarla sobre el tablero de los comandos. Como demoraba, un automovilista desubicado tocó su bocina detrás del Chevrolet. Don Pasajero sintió que su impaciencia crecía… El Chevrolet reanudó la marcha y dos cuadras más allá volvió a detenerse. El conductor quería dejar la tablet bien instalada.
– Y ahora, ¿cómo hacemos para encontrar a Papetti?
Don Pasajero le explicó que fuera a Google, que escribiera “Fausto Papetti” y luego hiciera “click” sobre uno de los álbumes que aparecieron en la pantalla. Miró su reloj y sintió un incómodo calor, a pesar del aire acondicionado.
– ¡Listo… Mire qué belleza! -exclamó don Juan Uber cuando se escucharon los primeros ecos de una trompeta- Esa canción es de mis tiempos, se llama “Cuando duermes junto a mí”.
“Yo no dormiría contigo”, quiso contestar furioso don Pasajero cuando el Chevrolet reinició su marcha. Luego de varios minutos de silencio, envueltos por la magia de Papetti, don Juan Uber venció una vez más su timidez y le contó a don Pasajero que su sueño era hacer que el sonido musical de su iPad se expandiera por los cuatro parlantes estereofónicos del auto. Entonces don Pasajero cometió un nuevo error:
– Es fácil –dijo-. Eso se puede hacer con bluetooth.
– ¿Ah, sí? ¿Y cómo se hace…? –preguntó el abuelo, frenando en mitad de la cuadra.
Don Pasajero le explicó la fórmula pero le pidió que lo hiciera después, en su casa, con más tiempo.
– Tiene razón –admitió don Juan Uber-. Lo voy a hacer después y cada vez que escuche el bluetooth me voy a acordar de usted..
– Yo también –respondió don Pasajero, mirando su reloj que marcaba las ocho de la noche.
– El viaje se me hizo cortito –dijo el caballero del volante cuando llegaron al lugar de la reunión.
“A mí no”, pensó Don Pasajero pero prefirió guardar silencio porque también era un correcto caballero. Y tampoco lanzó ninguna blasfemia cuando comprobó que la reunión había terminado a esas alturas de la noche…
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