TEXTO: Wilson Tapia Villalobos
EXCESOS POLÍTICOS
Que el ejercicio de la política se ha ido acercando a la farándula, es una aseveración que se escucha cada vez con mayor fuerza. Y los cuestionamientos aumentan a medida en que dirigentes políticos conservadores, como el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se esfuerzan por demostrar que el respaldo se logra con espectacularidades. No importa que éstas sean vacías, caigan en la chabacanería, en el fanatismo, en exageraciones o en la mentira.
Hace algunos días, en la Conferencia de Acción de Política Conservadora, realizada en Maryland, Trump mostró esplendorosamente su facete de personaje de la televisión. Hizo un encendido discurso en el cual a menudo se salió del libreto. En más de una oportunidad lo hizo notar, y dijo que era una de sus características que más lo acercaban a su electorado. Entre risas, lanzó una frase que luego repitió varias veces: “Si no nos salimos del guión, estamos en un problema, amigos”.
Más tarde destinó largos pasajes a defenderse de los medios de comunicación que “mienten” para “perjudicarlo”, según aseguró. Además, dedicó varios párrafos a ex colaboradores que terminaron por alejarse de su lado. Entre otros, trató de “rata” a Michael Cohen, uno de sus ex abogados. Recientemente, éste compareció ante la Cámara de Representantes en una investigación sobre Trump y su participación en la “trama rusa”, durante las elecciones presidenciales. En sus declaraciones, Cohen afirmó que el presidente norteamericano “es un racista, un estafador, un mentiroso”.
Independiente de las diferencias que pudieran haber surgido en el desarrollo de actividades profesionales, Cohen apuntaría a varias características que los medios de comunicación han señalado. Trump, efectivamente, pareciera pretender estar siempre, no importa cómo, en el centro de las luces cenitales. Sus declaraciones apuntan constantemente a romper los marcos tradicionales. Ha transformado el twitter en una herramienta muy eficiente de combate político, que es seguida por millares de sus adeptos. Y, obviamente, allí no hay ningún filtro que asegure que el presidente está diciendo la verdad. Algo similar a lo que ocurre luego de sus entrevistas con otros dignatarios. Asegura que todo fue un éxito, pero tal cosa no es reafirmada en ningún documento que hayan firmado él y su contraparte. Trump parece no confiar en el Departamento de Estado. Prefiere obedecer a su intuición de empresario para sacar partido a los contactos internacionales. Claro que la política exterior de un país como USA va por carriles algo diferentes a los que sigue un comerciante.
En el plano global, Trump aparece como el adalid de una corte de gobernantes populistas a los que une un signo conservador, si bien exhiben vagos referentes ideológicos. Y éstos ya se extienden por diversas parte del planeta. En América del Sur, el conjunto ha ido creciendo en los últimos años. Tanto así, que el presidente de Colombia, Iván Duque (ultra derecha), ha creado una asociación llamada Prosur, destinada a potenciar la democracia y a coordinar políticas públicas. Esta entidad reemplazaría a Unasur, catalogada de izquierdista.
Apoyando la idea de Duque se encuentran los presidentes Mauricio Macri, de Argentina; Mario Abdo Benítez, de Paraguay; Martín Vizcarra, de Perú; Jair Bolsonaro, de Brasil; Sebastián Piñera, de Chile; Lenín Moreno, de Ecuador. Sólo serían ajenos a esta idea conservadora los gobernantes de Uruguay, Bolivia y Venezuela, sin considerar a los jefes de Estado de Guayana y Surinam, que normalmente operan políticamente más ligados a América Central y El Caribe. En este panorama queda claro que las ideas progresistas cada vez tienen menos peso en este lado del mundo.
Paralelamente, todo indica que los dirigentes políticos, independiente de cual sea su orientación ideológica (si la tienen), siguen un patrón que está orientado por el impacto de las comunicaciones en la masa electoral. Y como a veces ésta cambia con mayor velocidad de lo previsible, se producen situaciones que antes podrían haber significado pérdida de adhesión, pero que ahora apenas si son notadas en esta verdadera vorágine comunicacional.
De allí que sea fácilmente perceptible la liviandad con que los gobernantes caigan en contradicciones que luego creen enmendar con generalidades. Un día, como le ha ocurrido al presidente Sebastián Piñera, pueden asegurar que la educación es un negocio y al día siguiente hablar de lo trascendente de esta actividad y del lugar esencial que ocupa en la acción de su administración. O, creyendo que la baja en la aceptación popular se subsana dando cabida a temas que preocuparían a la ciudadanía, como la inmigración, cierran la frontera o alejan al país de foros internacionales que buscan amparar la libertad de la movilidad ciudadana en el mundo.
En esta búsqueda constante de poder, también caen en gestos y acciones a veces inexplicables. El presidente Piñera hoy parece haber cambiado de estrategia para alcanzar figuración internacional. Su adscripción a Prosur no está exenta de interés de proyección personal. La primera cumbre de la entidad se realizará en Santiago de Chile, el 22 de marzo. Eso significa que, aunque sea por unos días, el centro del pensamiento conservador estará ubicado en sus pagos. Temporalmente, al menos, no tendrá que sacar una estrellita de la bandera de los Estados Unidos para ser grato al presidente Donald Trump. Su papel ahora será más eficiente.
Y todo esto se da, aparentemente, como respuesta a exigencias provenientes de una sociedad mucho más crítica y, en lo que parece una contradicción, menos participativa en elecciones o en instancias deliberativas. Las grandes reivindicaciones que hoy se debaten y conmueven al mundo, se dan mientras lo que conocemos como instituciones democráticas fundamentales están cayendo en desuso. Y junto con ellas, los valores que las sostenían. Si lo que se anuncia es una inflexión civilizatoria, aún tendremos que esperar para ver claramente las bases de lo que viene. Aunque ya conocemos lo que hará el mundo conservador para mantener en sus manos el poder.
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