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EL HÁWARIY DEL YARAWÍKU : DE CÓMO FLORECIÓ  EL DESIERTO …

TEXTO: LEOPOLDO MARTIN RAMOS

EL HÁWARIY [1] DEL YARAWÍKU [2] :

DE CÓMO FLORECIÓ  EL DESIERTO …

 

                  ¡ Cuánta tierra seca y abandono ¡

 

                Cansado y remolón – mientras hacía el camino – Kkhéna Rúna cavila, sin lograr entender donde están las aguas-lluvias que le azotaron  inclementes en la montaña. ¡ Las vio bajar a la estepa en raudales incontables ¡

 

                ¿ Por qué – en cualesquiera dirección donde miraba – sus ojos sólo encontraban la  Pachamama  sedienta ?

 

                 Ésta, sin haber logrado lavar su rostro más tosco, parecía dormitar. Igual como lo hacía la más vieja de las abuelas del ayllu – pensó -. Aquella anciana  hacía mucho que había cambiado  lozanías y tersura por multitud de trizaduras y la interminable erosión de su semblante.

 

                 La respuesta para sus dudas estaban en el relato de un yarawíku. Lo repetía incansable a multitudes asombradas. Pero Kkhéna Rúna conoció tal historia mucho tiempo después, de boca de un hamáut´a niskka  amigo.

 

                  La siguiente es la historia que el yarawíku  contó a quién quiso escucharla. 

                  ,,,

 

                  Vinieron las aguas-lluvias, avanzando desde la yunga a la puna. A prisa y con fuerza hacia la comarca de la gran montaña.

 

                  Y se trabaron en lucha feroz las Aguas y  la Montaña.  Las aguas traían soberbios afanes por abrirse camino hacia los lugares donde está la morada del sol. La montaña opuso la insobornable decisión de guardar los secretos de los dominios del Rúphay [3]

 

                   Formidable fue el encuentro de los elementos.

 

                   Las aguas caían sobre la pétra superficie como miles de hiwáya [4]  en persistente tarea, como si cientos de curanderos las emplearan para ablandar las duras rocas. Mientras el viento usaba los gritos más iracundos, la montaña  los devolvía multiplicando los sonidos por miles.

 

                   Y en la confrontación de fuerzas, hicieron encenderse las noches con luces fugaces y fuertes de saetas potentes. Al chocar con las piedras, éstas dejaban huellas profundas y trazos calcinados.

 

                    Las aguas-lluvias hicieron conocer su furia. Pero las rocas no cedieron a su paso. Imperturbables, respondieron con silencio el cincelar porfiado e interminable.

 

                    Por varios días la contienda no tuvo dueño, hasta que una mañana las aguas-lluvias perdieron su pertinacia y en desbandada volvieron en dirección de su morada.

 

                    Pero no lograron su propósito. Debilitadas, se perdieron entre el polvo, los pedruscos y las cenizas desérticas.

 

                    Fue durante la disputa de los elementos, cuando pachamáma hizo traer a su presencia al mejor wáka y le dio por tarea enseñar como aderezar las arenas. Y haciéndole ver la importancia del trabajo por emprender, le sentenció:

 

                    Hace muchos paukkarwaray [5]  que los Yumákke K´umillu [6] dormitan.

 

                     Y el wáka – aún cuando todo lo sabe – hizo lo que era necesario: fue de comarca en comarca averiguando el conocimiento nuevo. Aprendió así que éste se había enriquecido.

 

                     Conoció, también, de la gente que trabajó para hacerlo más grande. Y de los dolores terribles e incontables. ¡ Cada error producía dolores prolongados ! Pero, por ser incontables, no era posible saber cuántos dolores costaba cada medida del conocimiento nuevo.

 

                      Los hombres tenidos por sabios, los hamáut´a niskka, sólo sabían decir al respecto: “los dolores son necesarios … por cada uno de ellos, la riqueza se acrecienta”.

 

                      Mientras el wáka  hacía su jornada, en los caminos subterráneos de pachamáma la actividad era febril y nerviosa. Nunca habían trabajado tantos los yumákke k´umillu  del subsuelo, alertados para no perder ninguna gota de agua. Habían pasado muchas vidas de la madre-luna sin verlas escurrir al interior de los pedriscos y cenizas de la puna. Por lo demás, la luz, los suelos, los alimentos para los embriones – guardados en las capas subterráneas – eran  muchas cosas para mezclar en las proporciones y medidas exactas … ¡ Y todas a su vez !

 

                      Al regresar de su viaje – y luego de dar cuenta a pachamama – el wáka se introdujo en las anchas cavernas subterráneas, donde los elementos formaban bulliciosa asamblea. ¡Wararáray [7]¡  expectante  y curiosa, al mismo tiempo. Exigió silencio.

 

                       Y cuando éste pudo escucharse, hizo saber a todos los consejos de los hamáut´a niskka  sobre la mejor manera de unir las formas al polen. Y de cómo mezclar tiernas gotas de rocío con cenizas negras de las costras desérticas más calcinadas para llenar de pecas a los pétalos pálidos.

                        ¡ Añañucas y violetas pidieron, tras un coqueto mohín, ser las primeras en recibir el nuevo matiz !

 

                        Un antiguo yumákke k´umillu ajetreaba iracundo entre espinas y escamas. Sus iguales decían que el gruñón ya habitaba esos lugares cuando sus abuelos eran niños.

 

                        ¡ Siempre lo mismo ! – vociferaba -. Qué insensatez: preñar todos los embriones. Y nadie se acuerda de los depredadores… ¡ Vendrán !  Sí que vendrán. ¡Y destruirán las flores repentinas, llevándose las promesas de nuevas floraciones !.

 

                        Nadie hacía caso de sus presagios.

 

                        Todos, muy atentos a las instrucciones para el gran instante, aderezaban sus figuras con la más tierna vocación de belleza.

 

                         Al escuchar las reclamaciones, el wáka sentenciaba:

 

                         “ Buenas razones ha de tener Pachamáma para ordenar la repentina floración ”.  La reconvención era hecha con dulcedumbre.

 

                         Sin dejar de vociferar, el yumákke  kúmillú escrutaba en las capas subterráneas las existencias de las semillas. Por experiencia, sabía que las plantas desérticas – por contrariar a la sempiterna aridez – producen gran cantidad de embriones. Los envuelven en capas protectoras para mantenerlos vivos y así pueden pasar muchos paukkarwaray  a la espera del tiempo para la floración.

 

                         El wáka había logrado aprender mucho más que mezclar colores y estructurar formas de inusitada simetría: aprendió la importancia de basarse en la experiencia para diseñar los planes del tiempo por venir. Advertido estaba: en la puna pueden pasar diez o más paukkarwaray  sin que las aguas-lluvias renueven su lucha con la gran montaña. Por eso era necesario buscar maneras para evitar la evasión de las aguas detenidas en las entrañas de pachamáma.

 

                   Escogió un grupo de yumákke k´umillu – los más antiguos en el oficio – y entre ellos al Gruñón. Éste se resistió  a aceptar el nombramiento, pero de todas maneras se integró al grupo y formó algo así como un consejo de ancianos. Tuvo cuidado de poner  entre ellos a un par de aprendices,  jóvenes e inteligentes, para hacer oír la audacia innovadora.

 

                   Luego de instruirlos acerca de los grandes propósitos de pachamáma, los dejó trabajando.

 

                   Hubo ideas nuevas, aparte de repetir aquellas que habían probado ser las mejores. Por cierto, acordaron detener el desarrollo de los embriones, cubriéndolos con capas de cera o usando cubiertas leñosas; y a otras semillas, con espinas, pesos o escamas.

 

                    Alguien objetó: “ Las superficies de las bolsas destinadas a guardar las semillas se ven rugosas y feas”.  Varias voces lo acallaron: ¡ Lo que importa es que permanezcan durante muchos paukkarwaray … el tiempo en que una cosa está llena de encantos ! ”

                     Se logró consenso: la mejor manera de lograr el objetivo era cerrar orificios, bocas y estomas, una vez absorbidas las aguas.  Y permanecer como lo hacen algunos animales: dormitando en sus madrigueras. ¡ Así no malgastan fuerzas !.

 

                      El trabajo del wáka – intertanto – era afanoso.

 

                      Esparció los grupos por las galerías subterráneas fijándoles el orden para salir a poblar el desierto. Luego comenzó la tarea de aprobar formas, colores y aromas. Intercambió opiniones, aceptó las iniciativas de cada flor y estimuló a las más ingenuas y modestas a cambiar galas por bondad.

 

                       Unas se propusieron remedar las patas del huemul y otras, las del león. Ambas lo consiguieron con real acierto.

 

                        Algunas desearon imitar los tímbalos de las llamas. Pero las formas que lograron eran más finas y delicadas.

 

                         En estrechos y oscuros pasillos esperaban su turno, en actitud desafiante, las orejas negras… ¡ Tenían lugar reservado en la planicie y no perderían la oportunidad de hacer buena caza !  Sus formas eran redondeadas y sus pétalos – cual labios de color negro – cubiertos de pesos blancos. Crecían pegadas a un estómago maloliente. Al salir a la superficie, abrirían sus fauces para atrapar a los insectos y depredadores que en multitudes destruyen las colonias.

 

                         Una delicada flor, de plumitas blancas, agrupadas en capítulos grandes y solitarios, dijo ser la esperanza de los oscuros rúnas que perforan los montes, en el infinito trabajo de buscar las riquezas escondidas en las entrañas de pachamáma.

 

                          Para obtener la aprobación del wáka, antes de salir al exterior, se presentó la estrella. Este la observó detenidamente y no pudo ocultar su regocijo. La flor se aderezó las formas más bellas y los colores más candorosos: cinco diminutas hojas verdes estructuran la base sujeta al tallo; entre éstas emerge un pétalo blanco, pentagonal, con suaves lunares de color rojo. De cada lado, y con la más delicada simetría, cinco frágiles tubos revientan en los extremos en blancas láminas que asemejan manos abiertas, en generoso ademán.

 

                           Los narcisos, en abundancia excesiva, presentaron los mejores aromas.  Los portaban entre sus pétalos y tallos turgentes. Tomaron ubicación sin ocultar su interesado propósito de rivalizar con otras flores, para modificar fragancias.

 

                            Aderezos de incitante hermosura, propiedades depurativas y facultades para remediar todos los males, fueron otras tantas manifestaciones de las flores. Todas presionaban al wáka para obtener su aprobación.

 

                            ¡ Y la verdad es que aquel  no rechazó a ninguna !

 

                            Pasaron quince jornadas después de las lluvias… Y entonces, la fecundidad florida se manifestó en maravillosa eclosión… Donde antes todo ser viviente se marchitaba y moría, ahora todo era el estallido estupendo e inusual de la floración de la estepa. Cerros y lomajes se visten de jardines aleatorios, de vegetales multicolores de efímera existencia.

 

                             ,,,

 

                             El muchacho camina maravillado por la larga  alfombra de flores. Alrededor de peñas aguadas, el totoral emerge ufano de su altura y corpulencia.

 

                              Y los encontró otra vez: los cactus – tenaces obstáculos de su ascensión – inmersos en extensiones pobladas por violetas de hojas largas, aritumas, añañucas amarillas, chankorma, fucsias y de tanto arbusto blanco. La imagen agresiva de sus largas espinas, las habían suavizado con hermosas flores blancas, abiertas generosamente en sus brazos múltiples.

 

                               Kkhéna Rúna pudo entender mejor las ansias de su viejo amigo wakkaychákké: ¡ qué importante es preservar lugares detenidos en una existencia intemporal ! ¡ Comarcas … regiones de la vida, para apacibles habitantes, repetidos y renovados sólo de acuerdo con las leyes eternas de pachamáma !

 

                                Como era en el Principio.

 

[1]   HÁWARIY. Cuento, fábula. Acto de narrar cosas ficticias. Contar cuentos, historietas, leyendas o fábulas. Narrar  cosas relacionadas con lo ficticio

[2]    YARAWÍKU. Poeta sentimental, trovero de amor y penas.

[3]     RÚPHAY.  Sol, astro luminoso cuyo calor vivifica la naturaleza.

[4]   HIWÁYA.  Piedra negra, durísima, empleada por curanderos para ablandar tumores. Se emplea también para bruñir.

[5]   PAUKKARWARAY. Primavera, estación del año que comprendía desde el 21 de setiembre hasta iniciarse el invierno en junio  21. Prenda de vestir floreado. Tiempo en que una cosa está llena de encantos. Cosa muy atractiva.

[6]   YUMÁKKE.  Procreador, el que es causa de la vida por vía genésica. K´UMILLU. Corcovado, jorobado, giboso, gibado. Personaje que figura en el Drama Ollantay, semejante a duendes gibados.

[7]    WARARÁRAY.  Vocería tumultuaria y sorda, bulla multitudinaria. Hablar todos a la vez, hacer bulla sorda, entre muchos; sonidos emitidos por los enjambres de moscardones y otros insectos. Meter ruidos sordos los insectos en un enjambre.

 

 

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