Las imágenes del bombardeo aéreo contra el Palacio de La Moneda donde murió el Presidente Salvador Allende, se enlazan por una misteriosa coincidencia histórica con otra visión terrorífica: los ataques de aviones repletos de pasajeros y guiados por pilotos suicidas, que se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York y las instalaciones del Pentágono, en Washington.
El bombardeo a La Moneda ocurrió hace 50 años, el martes 11 de septiembre de 1973. La destrucción de las Torres Gemelas también fue un martes, el 11 de septiembre de 2001, hace 22 años.
En Chile son las 09:00 de la mañana de aquel día de 1973, cuando los tanques inician el ataque al palacio presidencial, símbolo de la vida republicana de una de las democracias más antiguas y estables del continente americano. Era el comienzo de un golpe de Estado para terminar con la “Vía chilena al socialismo” que encabezaba el doctor Allende.
En Estados Unidos son las 09:00 de la mañana de aquel día del año 2001, cuando densas columnas de humo se desprenden de las Torres Gemelas, símbolos del mundo financiero y del capitalismo occidental en la nación más poderosa de la Tierra. Heridas de muerte por el choque de los dos aviones las dos torres se derrumban, mientras el mundo atónito contempla las escenas y las llamaspor la televisión.
En Santiago los relojes marcan el mediodía de aquel martes 11. Aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea bombardean La Moneda. En su interior, el presidente Allende se suicida con un fusil que le había regalado su amigo, el presidente cubano Fidel Castro. Pero en su último mensaje difundido por Radio Magallanes, exhorta a los trabajadores y les dice: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
En Washington llega el mediodía de ese martes 11 y el presidente George W. Bush anuncia una “guerra frontal contra el terrorismo”. «Estados Unidos fue blanco de un ataque porque somos el faro más brillante de la libertad y oportunidad en el mundo. Y nadie hará que esa luz deje de brillar», dijo el mandatario.
En Chile, tras el derrumbe de su democracia la dictadura militar implanta el Estado de Sitio y el Toque de Queda. El terrorismo de Estado se impone durante 17 años y deja más de 3.000 muertos, un tercio de los cuales aún permanecen desaparecidos.
En Estados Unidos, los ataques al World Trade Center dejan casi 3.000 muertos, muchos de los cuales quedan bajo los escombros de las torres y siguen desaparecidos.
En Chile, a 50 años de aquella mañana, los tribunales de justicia aún investigan para identificar y condenar a los culpables. El ex comandante en jefe del Ejército, general Ricardo Martínez, afirmó recientemente que el ex dictador Augusto Pinochet es el principal responsable de los asesinatos y violaciones a los derechos humanos que cometió la dictadura. Pinochet murió sin recibir castigo el 10 de diciembre de 2006, el mismo día en que se cumplían 58 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por las Naciones Unidas. Otra misteriosa coincidencia histórica.
Estados Unidos, diez años después de los ataque a las torres y el Pentágono, que sembraron el pánico en Nueva York y Washington, pone fin a la búsqueda del principal acusado, Osama bin Laden, líder de la organización islámica Al Qaeda, Bin Laden murió el 1 de mayo pasado de 2011 tras el asalto de un comando norteamericano a su residencia en Pakistán.
Unidos por estos cruces de la Historia, los habitantes bien informados de Estados Unidos y Chile saben que no es un secreto la intervención de Washington y la Casa Blanca en la vida institucional chilena. El brazo ejecutor de su intervención fue la CIA (Agencia Central de Inteligencia), que cumplió su misión para derrocar al presidente Allende.
Eran los tiempos de la “guerra fría” entre el “mundo libre” que representaba Estados Unidos y el “bloque socialista” encabezado por la Unión Soviética. Washington no estaba dispuesto a permitir que en América del Sur emergiera un país socialista, una “segunda Cuba”, a pesar de que Allende era entonces el único líder socialista del mundo que conquistó el poder por la vía del voto popular.
Pero en los tiempos actuales, las crudas escenas del fuego que cayó del cielo, en Santiago y Nueva York, reflejan la culminación de un proceso de intolerancia, que todavía persiste. En Chile el 11 de septiembre de 1973 marcó una profunda división dentro de la sociedad. La división persiste en estos días, con motivo de los 50 años del golpe militar.
Un sector, cada vez más minoritario, rescata la imagen de Pinochet como el salvador de la Patria en una guerra interna contra el comunismo. Pero la figura de Allende, entre las llamas del palacio presidencial, aparece reivindicada por el heroísmo con que defendió su utopía.
En Estados Unidos, el 11 de septiembre de 2001 creó una división no sólo dentro de su sociedad sino a lo largo y ancho del mundo. Hay quienes creen que Bush tenía razón en su guerra contra el terrorismo. Otros, en cambio, observan con alarma cómo el país del norte utiliza su poderío militar para extender su influencia sobre vastas zonas del planeta, ahora que ya no hay ningún adversario como en los tiempos de la “Guerra Fría”.
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